Nueva presidenta, nueva historia

La lectura del Bando Solemne cortó el aire como una declaración de nueva era: México tenía, oficialmente, una nueva presidenta

En una mañana cargada de simbolismo y expectación, el Palacio de San Lázaro, la casa del Congreso de la Unión, se vistió de colores, de gritos de emoción y otros de reclamo; todos se dieron cita para ser testigos de un momento trascendental para México aún con sus claroscuros: la toma de posesión de Claudia Sheinbaum Pardo como la primera mujer presidenta de México, a los 200 años de vida independiente de esta Nación.

El reloj marcaba las 11:00 del día, hora en que se había convocado. Los saludos, el bullicio y los acomodos iniciaban en los pasillos del recinto legislativo. En ese momento nadie sabía que habría un retraso de casi 45 minutos. Senadoras y senadores, diputadas y diputados tomaban poco a poco sus lugares en el Salón de Pleno del Congreso de la Unión; los rostros reflejaban la solemnidad del momento, la resignación y en los más estallaba la sonrisa.

Con falta total de la precisión de un reloj suizo, las comisiones designadas por Doña Ifigenia Martínez, presidenta del Congreso de la Unión, se pusieron en movimiento. La tensión era palpable; el cambio de poder estaba por materializarse.

Sin más, la comitiva legislativa, extrañamente toda integrada por morenistas, entraba rodeando al ahora expresidente Andrés Manuel López Obrador. Pronto se diluyó el cerco porque sus mismos correligionarios, petistas y verdes, se arremolinaron a su alrededor para tomarse las últimas y tan ansiadas selfies con su líder “moral”.

Mientras, Claudia venía en camino desde Tlálpan en un automóvil gris que se detuvo en un par de ocasiones para que ella pudiera saludar a quienes se reunían en las banquetas para verla pasar. Por fin, llegó. La acogió una representación integrada por mujeres, todas afines partidarias de la 4T. La acompañaron en el recorrido: saludo a la bandera y la ruta que atraviesa salón hasta el estrado en el que fue recibida por los presidentes de las Mesas Directivas de ambas cámaras.

Apenas puso un pie en el lugar comenzaron las ensordecedoras frases: “Es un honor estar con Obrador”, “Sí se pudo, sí se pudo”, “Presidenta, presidenta”.

El murmullo de clamores y conversaciones se transformó en un silencio expectante mientras Doña Ifigenia realizaba el pase de lista y la declaración del quórum, ritual que marcó el inicio formal de la ceremonia.

La atmósfera se cargó de energía cuando comenzó la ronda de posicionamientos de los partidos políticos de oposición, a los que casi nadie prestó atención. Cada intervención parecía pincelar el complejo mosaico de la democracia mexicana, con sus acuerdos y disensos.

La lectura del Bando Solemne cortó el aire como una declaración de nueva era: México tenía, oficialmente, una nueva presidenta.

El momento cumbre llegó cuando Claudia Sheinbaum, con voz clara y mirada determinada, rindió protesta. Las palabras del juramento parecieron quedar suspendidas en el aire, cargadas de promesas y responsabilidades. Luego, en un gesto cargado de simbolismo, la morenista presidente de la Cámara de Diputados, Ifigenia Martínez, líder del pensamiento de izquierda del país, tomó la banda presidencial de manos de López Obrador y la colocó sobre los hombros de Sheinbaum Pardo. El peso de la historia y las esperanzas, inclusive las dudas de una Nación se materializaron en ese tricolor que ahora cruzaba el pecho de la primera mujer en ocupar la Presidencia de la República.

Aunque la ceremonia marcaba el inicio formal del nuevo gobierno, el cambio real ocurrió a la medianoche del 1 de octubre, momento en que Sheinbaum asumió constitucionalmente el cargo. La jornada, sin embargo, estaba lejos de terminar.

Una vez concluida la formaliddad constitucional, Sheinbaum emitió su primer discurso en que aseguró que “para bien de México, continuaremos con el humanismo mexicano”, del “presidente López Obrador”. Resumió en cien puntos lo que será su gobierno, las obras y programas que continuarán; los nuevos proyectos.

Hoy quiero reconocer a las heroínas anónimas, invisibles, a quienes lucharon por su sueño y lo lograron. A quienes lucharon y no lo lograron. Quienes alzaron la voz, las indígenas, las trabajadoras del hogar, a las bisabuelas que no aprendieron a leer ni escribir; a las tías, a las mujeres anónimas. A quienes lucharon por ver este momento. A nuestras madres, a nuestras hermanas, a nuestras amigas y compañeras, a nuestras hijas. ¡Llegan todas ellas que nos pensaron libres y felices! Con todas ellas aquí a nuestro lado, llegan nuestros sueños y anhelos. Nunca nadie más les podrá arrebatar la felicidad”, dijo.

Tras la ceremonia, la nueva presidenta se dirigió a Palacio Nacional para un almuerzo con 16 mandatarios extranjeros invitados especialmente, un gesto diplomático que marcaba el inicio de su proyección internacional y el reforzamiento de lazos diplomáticos. Las comisiones legislativas, conformadas por una docena de legisladores y legisladoras, permanecieron como testigos de cada paso del protocolo.

Pero el día reservaba un último acto, quizás el más esperado por el pueblo: Sheinbaum convocó a sus seguidores a un evento masivo en el icónico Zócalo capitalino. Por la tarde, la plaza se transformó en un mar de rostros expectantes. Rodeada por la primera línea del Movimiento de Regeneración Nacional, incluyendo senadores y senadoras que la respaldaron en su camino a la Presidencia, Sheinbaum delineó ante quienes la escuchaban atentos los 100 puntos que darán forma al “segundo piso de la Cuarta Transformación”.

Mientras el sol comenzaba su descenso sobre la Ciudad de México, la voz de Sheinbaum resonaba en la plaza, sus palabras dibujando el futuro de un país que, por primera vez en su historia, escuchaba a una mujer trazar el rumbo desde la más alta magistratura. El primer día de una nueva era en la política mexicana llegaba a su fin, dejando tras de sí la promesa de cambios y la certeza de que la historia había dado un giro irreversible.

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